America Latina (diciembre 1993)

USA, por las calles de los miserables

POBREZA EN LOS ESTADOS UNIDOS

El grupo de los "sin techo" ronda sin ninguna meta en las metrópolis del este y oeste de los Estados Unidos. Para ellos, hombres y mujeres, la escalada al sueño no ha comenzado todavía. A la sociedad, que sin piedad los margina, piden sólo una cosa: comer.

NEW YORK. Desde el extremo de la punta del centro de Manhattan zarpa la embarcación que se dirige a Staten Island, uno de los cinco barrios de New York, la "Big apple".

PRIMERA ESCENA
Las cinco de la mañana de un día de julio. La sala de espera es tan grande como escuálida. Bajo el letrero luminoso "próxima salida", permanecen cerradas aún las puertas que conducen al embarcadero. Sobre las bancas, echados o sentados en cuclillas, duermen cinco, seis o siete "sin techo .Un policía se acerca sin prisa, empuña la macana y empieza a despertar a estos huéspedes", indeseados pero tolerados, Da un ligero golpe, sin lastimarlos. Los mendigos se despiertan y se sientan sin protestar con los ojos extraviados , después de cinco minutos se volverán a echar sobre la banca y seguirán durmiendo. Así, hasta que el policía regrese.
Una mujer blanca de edad media camina a pies descalzos por la escalera. Un pasador oscuro recoge de alguna manera sus largos cabellos negros. Su falda no logra cubrir los agujeros de sus medias negras. En una mano lleva un cigarrillo, que fuma tratando de hacerlo durar lo más posible; en la otra, una taza de café caliente que acaba de comprar con las moneditas mendigadas entre aquéllos que esperan la nave para Staten Island.

SEGUNDA ESCENA
El Ferri en la tarde de un día de verano. "Una lustradita, una lustradita", grita de manera monótona el lustrabotas, y su voz se pierde en los amplios y saturados pisos de la nave. Los tiempos son duros. Las zapatillas deportivas, las sandalias y los zuecos, parecen poco aptos para una lustrada: son demasiado viejos y deteriorados.
Alguien lo llama. El muchacho se acerca a su cliente, se arrodilla sobre un cojincito que lleva consigo. Abre la caja de madera que contiene sus instrumentos de trabajo. Saca el betún, la escobilla, un trapo, y minutos más tarde se lleva al bolsillo un billete verde y unas cuantas moneditas.

TERCERA ESCENA
Un grupo de mendigos busca y rebusca entre la basura con la esperanza de encontrar un poco de comida. Siempre hay alguien que, debido a la prisa, tira el último bocado. Todo acontece en el Central Park, en la Quinta Avenida, frente a cualquier "Burger king" o "Mc Donald's" (los gigantes mundiales de la comida rápida).
Pero en el Estado de New York la basura esconde otro tesoro para esta gente: las latas vacías de gaseosas y cervezas, Por cada latita reciben un promedio de cinco centavos de dólar Por tanto, por cuarenta, sesenta, ochenta o más latitas obtienen lo necesario para comer. No lo piensan dos veces: hunden sus manos entre la basura para llenar con ese bien de Dios los sacos que arrastran por las calles y avenidas de Manhattan. Todo por un día más de sobrevivencia.
No hay que ir al Bronx o a Harlem para encontrar la pobreza. Vagabundos, mendigos e indigentes son sinónimos de una masa multiforme entre los que hay blancos y negros, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, mexicanos y puertorriqueños, esta-dounidenses e inmigrantes clandestinos, cuyo común denominador es la mi-seria. Son los desheredados de la vida cotidiana; aquéllos que, bajo la mirada de todos, arrastran una vida de hambre y de sufrimiento; aqué-llos que en una hipotética escala jerárquica estarían, probablemente, más abajo de los alcohólicos, los droga-dictos y las prostitutas.
Pero no. Estos no son los Esta-dos Unidos. Son solamente los poco agradables inconvenientes de una megalópolis como New York. En la Costa oeste trataremos de encontrar algo que confirme o desmienta cuanto hemos dicho. Nos dirigimos a California. Concretamente a San Francisco, con-siderada como la ciudad más sofisticado de la Unión Americana.

CUARTA ESCENA
Market street y Mission street atraviesan el centro de San Francisco sin subir por las colinas. Debido a que hay poca pendiente y, por tanto, menos corriente de aire, muchos sin techo prefieren dormir en las veredas de estas calles. Se acomodan en las bancas, tras los árboles o al pie de las paredes. Algunos consiguen plásticos que se ponen sobre la vestimenta, otros se refugian de alguna manera durmiendo en grandes cajas de cartón. Si así es la noche, ¿cómo será el día?

QUINTA ESCENA
La Unión Square, corazón de la ciudad califoniana, las plazoletas, las grandes oficinas de las aerolíneas, los grandes almacenes, la gente. Sentados en el suelo, con las piernas cruzadas y la mirada desesperada, los "sin techo" muestran carteles con pocas y significativas palabras: "tengo hambre", "tengo familia", "no tengo casa", "estoy sin trabajo", "ayúdenme". Y frente a cada uno de ellos una caja para recoger las limosnas. Son muchos. Demasiados.

A lo largo de las más importantes calles ( las ciudades estadounidenses hay decenas de músicos que tocan los instrumentos más variados: trombas, guitarras, pífanos, saxofones, violines, pianolas, gaitas, clarinetes. También hay jóvenes bailarines ne-gros que ejecutan extravagantes bailes. Los transeúntes se detienen para escuchar, ver y aplaudir.
Estos "artistas de la calle" no piden limosna o caridad, sino una pequeña recompensa, por su trabajo. La situa-ción de las personas descritas poco antes es muy diversa: a menudo no poseen otra cosa que los harapos que llevan puestos. Me parece pues, que no es verdad lo que escribía un conocido periodista italiano al afirmar que en Estados Unidos "hasta los pobres, los desheredados, los desocupados, van por allí en un desvencijado carro, tienen cervezas en el refrigerador, y poseen dinero suficiente para com-prar un poco de carne o dos huevos en el supermercado".

SEXTA ESCENA
Berkeley en las cercanías de la famosa universidad. Saliendo de una estación del metro me encuentro con un joven alto, de cabellos rubios y aspecto demacrado. Se detiene y amablemente, con voz titubeante, me pide una monedita de veinticinco centavos. Saco la moneda del bolsillo y se la entrego. El joven me da las gracias y repite: "God bless you, God bless you si?'. Dios lo bendiga, Dios lo bendiga, señor. Es un agradecimiento sincero e inesperado que me deja perplejo. Pienso, pero si sólo eran veinticinco centavos.

SETIMA ESCENA
La sala es acogedora y limpia. Un relajante fondo musical acompaña el "lunch" de los clientes: hamburguesas, pollo frito, grandes vasos de gaseosa o café.
Sentada en un rincón está una viejecita encorvada, con el rostro surcado de arrugas. Mientras trata de comer su pollo frío llega otro pobre, ve a la mujer, la saluda, se sienta frente a ella y comienzan a conversar. Pero los ojos del hombre están fijos en el plato de la mujer. Inesperadamente, ésta se levanta, sube las escaleras que conducen hasta el lugar donde se distribuye la comida y poco después baja con una hamburguesa que entrega a su amigo, luego se sienta y sigue comiendo.
Después de dar las gracias, el hombre abre la bolsita que contiene aquella inesperada, aunque deseada comida. Come lentamente, con gran satisfacción. "¿Está buena?", pregunta la mujer. "Si, gracias", responde él.
En la servilleta de papel, con el símbolo del restaurante se lee: "Es un buen tiempo para el gran sabor"

AMERICAN WAY OF LIVING
La vida norteamericana es inexorable, moralmente inexorable. Es una vida en la que todo se paga, donde no existe piedad económica.
A este propósito me parecen válidas y actuales las consideraciones que vierte el escritor italiano Guido Piovene en un antiguo ensayo suyo: "Es difícil observar en Estados Unidos el odio de clase europeo. El paso de un nivel económico a otro es todavía continuo, frecuente y a menudo repentino. La esperanza que vive en el corazón de todo norteamericano, que hasta la vejez, de llegar a estar un día en la cima de la jerarquía económica, le impide odiar a quien actualmente está arriba; más bien que ama la jerarquía, porque sin ella moriría también su esperanza de llegar a tener un lugar dominante".
Lo reiteramos: el paso de un nivel económico a otro es todavía continuo, frecuente y a menudo repentino. El problema está en ver cuál es el sentido de este paso. En otros términos, se trata de establecer si es más fácil subir o bajar por la fatídica escala del rédito.
Ciertamente, el ascenso social es posible todavía. Y la esperanza de ver realizado el sueño americano resiste al paso del tiempo. Por otra parte, no parece aventurado afirmar que hoy es mucho menos difícil e irnprobable caer de golpe en la pesadilla de la desocupación, del hambre y la soledad más desesperada. También éstos son los Estados Unidos.
Paolo Moiola


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