America Latina (settembre 2001)

(2ª ENTREGA)

 

La conquista de la educación

EL COLEGIO DE LOS INDÍGENAS

 

Se extiende en una superficie de 72 hectáreas. Hospeda a 500 alumnos que reciben una educación multidisciplinaria, pero siempre ligada al territorio y a la cultura de donde provienen. Entre los estudiantes y las comunidades locales se intenta una simbiosis que les permita crecer a ambos. Se trata del CEDICIC, un instituto ejemplar, crecido en la tierra que pertenece a un latifundista de pésima fama.

 

Paolo Moiola

 

 

Parece un campo universitario norteamericano, debido quizás a la naturaleza que lo circunda: árboles, colinas cultivadas y hasta un torrente, Para unos, aunque funcional, se trata de una construcción espartana. Para otros, sus ladrillos rojos hacen gentil su estructura. Lo cierto es que se trata de un instituto superior creado por las comunidades nasa del Cauca.

El Centro, que se halla entre Toribio y San Francisco, tiene un nombre comprometedor: Centro de Educación, Capacitación e Investigación para el Desarrollo Integral de la Comunidad (CECIDIC).

La primera construcción a la que llegamos, una casa de dos pisos, rebasa la entrada del Institu­to. En ella se encuentran la dirección y las oficinas; a su derecha están las casas habitación y a la izquierda un salón para las reuniones y las fiestas. A su lado, otro edificio, con dos lados más largos y sin paredes, funge de comedor. A un lado del salón grande hay un espacio.

“Prueben un vaso de malta” (una bebida sin alcohol preparada con cereales), nos invita el P Antonio Bonanomi, misionero de la Consolata que trabaja en Colombia desde 1978. “A parte de las bebidas, todo se produce aquí: panes y dulces, yogurt, jugos de frutas y helados”.

Mientras saboreamos la bebida, se acerca una persona para saludar al padre. Es un profesor de lengua nasa. El CECIDIC nació precisamente porque la escuela estatal no tenía en cuenta la cultura autóctona a partir de la lengua. “La idea de partida -cuenta el sacerdote- era recuperar todos 1os valores propios de la tradición indígena, ínsertándolos en un contexto moderno. No se trata de añadir una cosa a la otra, sino de hacer vivir la tradición en la modernidad”.

Al otro lado del comedor está la cocina. Algunas mujeres están limpiando unas hermosas verduras, zanahorias, papas, coles, cebollas, maíz. “Todos estos productos -explica satisfecho el padre Antonio mientras curiosea en las ollas- provienen de nuestros huertos. No sólo somos autosuficientes, sino que logramos también vender algo fuera. Ni qué decir de nuestros árboles frutales. Actualmente estamos pro­bando el cultivo del café: hemos plantado 10 mil arbolitos”.

En los cultivos del Centro no se usan abonos químicos. “El verda­dero indio -nos dice- se niega a usar estos medios no naturales para no violentar a la tierra, para no romper su sacralidad.

A poca distancia de la cocina hay un taller de herrería. "Aquí los chicos aprenden a cortar y a soldar metales. Son ellos los que han fabricado todas las puertas, ventanas y rejas de la escuela. La idea es aumentar y mejorar la producción. Por ahora hacemos sólo cosas comunes, pero llegaremos a hacer cosas más artísticas, ventanas con flores en relieve, puertas con adornos, etc.”.

Nos dirigimos hacia el torrente que atraviesa la propiedad. “Delante de nosotros están los viveros. De ahí han salido entre 120 y 130 mil árboles frutales o madereros. Son plantas originarias del lugar; no hemos importado nada de otras zonas”. Pero, ¿qué hacen con ellos?, le preguntamos. “Los usamos para reforestar nuestras montañas. En el plan de desarrollo de las distintas comunidades hay un proyecto de reforestación. Éste es llevado adelante por la escuela".

La deforestación de estos valles comenzó en los años 30, cuando los colonos destruyeron los bosques para dar espacio a los pastizales para sus ganados. Luego, a partir de los arios 70, los indios comenza­ron a recuperar sus tierras. Sin em­bargo, en los últimos años el problema de la deforestación le ha agravado nuevamente debido a que el cultivo de la amapola se ha difundido rápidamente,

“Los chicos -explica el padre ponen en práctica en sus casas las nociones aprendidas en la escuela, sobre todo las técnicas agrícolas y de cría de animales. A menudo los padres de familia juzgan con más severidad que los profesores. A los mejores estudiantes les damos como incentivo un chanchito o una pareja de conejos para que los lleven a casa”.

Hay trabajos en curso. Los carpinteros están completando los edificios que hospedarán otras aulas y los laboratorios de química e informática. “Donde están trabajando con las máquinas, se excava para hacer una piscina. A los chicos les gusta muchísimo bañarse. Anteriormente iban al torrente, pero tuvimos que prohibírselo porque el agua está contaminada debido a los cultivos de agave. Cuando esté lista la piscina, podrán venir aquí con sus familias”.

Por el momento las familias deben contentarse con reunirse alrededor de los laguitos del Instituto y, alguna vez, practicar la pesca deportiva. En tres diques de agua dulce se crían tres tipos de peces. “Los chicos que siguen la cría van a las comunidades llevando los huevecillos y ayudan a la gente a criarlos”.

Mientras visitamos el Centro, notamos que todas las aulas tienen grandes aperturas: las ventanas son estructuras metálicas (construidas obviamente en el taller del Instituto) sin vidrios. ¿Cómo así?, le preguntamos al padre Antonio. “Hay razones culturales. A los nasa no les gustan los lugares cerrados. Muchas veces se hace escuela al abierto”.

El P Antonio Bonanomi es un tipo pequeño de estatura, de cabellos blancos Y una cara de bueno que no deja ver el vigor del hombre, pero sin él, el Centro no sería lo que es. Es decir, una estructura que, entre hombres y mujeres, recibe a más de 450 estudiantes. Un centenar de ellos, los que viven más lejos, son hospedados en la escuela. También los profesores y sus familias viven dentro del Instituto, en habitaciones hechas con ese propósito.

El misionero, gracias a su perseverancia, tenacidad y capacidad de convencimiento, ha obtenido personalmente buena parte del dinero necesario para construir y llevar adelante el CECIDIC.

Hasta diciembre de 1998, el padre Antonio era el coordinador general. Luego se alejó voluntariamente para dar espacio a Gilberto Muñoz, ex alcalde de Toribio. El Padre continúa en el consejo de administración junto con los gobernadores de Toribio, San Francisco y Tacueyo. “Pero aclara de inmediato como para disculparse- es un órgano más teórico que real”.

El CECIDIC es una realización increíble, sobre todo cuando uno se da cuenta de que está en una región perdida de Colombia: Pero como buenos periodistas tenemos que descubrir algo que no funciona. Efectivamente, el Instituto ha olvidado a las personas adultas que nunca han tenido la oportunidad de estudiar. "Sinceramente -señala el sacerdote-, sí hemos pensado en ellos. Existen seis centros para adultos esparcidos en el territorio. En las clases vespertinas que se dan en Toribio y Tascueyo hay más de 200 inscritos. Otros centenares de adultos más jóvenes vienen al Centro después de las clases de los chicos. Frecuentan cursos más breves, pero también ellos tienen la posibilidad de utilizar los talleres y las computadoras, las cosas de la escuela".

Le preguntamos al padre si la guerrilla que está en las montañas de los alrededores no ha atacado nunca al Centro. “No, nunca. Ha pasado por aquí, se ha detenido pero nunca ha atacado la escuela porque aprecia nuestro trabajo Más bien nos dan miedo los paramilitares”. ¿Qué podrían hacerles?, preguntamos. “No lo sé. ciertamente que todo esto es un golpe para ellos. El que una comunidad indígena logre hacer algo que el Estado no ha podido, querido o sabido hacr no debe ser muy de su agrado”.

Desde lo alto de la colina el misionero nos muestra con orgullo lo grande que es el Centro. “Se extiende en una superficie de 72 hectáreas. Pero lo más interesante es que todo este valle era propiedad- de una sola persona -Uno de los enemigos más furiosos del padre Alvaro, asesinado por sicarios el 10 de noviembre de 1984-. Donde funciona ahora la dirección, antiguamente era su casa”.

Volvemos al edificio de la dirección porque tenemos cita con uno de los profesores de la escuela. Es alto y delgado. Su nombre es Néstor Wilson Calderón y lleva unos grandes lentes en su rostro juvenil. Es profesor de religión, ética y moral. Pero también lo conocen por ser un mago de las grabaciones de vídeo.

“Los gobiernos que ha habido hasta ahora -manifiesta- no han invertido nunca en educación. Y las consecuencias se ven: la escuela pública es menos que mediocre; gran parte de los chicos piensa sólo en obtener un diploma, sin preocuparse por los contenidos”.

¿Quiere decir que el objetivo del Centro es llenar estas lagunas? “Nacimos para tratar de cambiar un poco la situación. Pero sobre todo para dar un giro a la comunidad indígena a través de una educación más participativa, más consciente, más abierta”.

¿Y qué respuestas han obtenido? "Tenemos jóvenes muy conscientes. Sin embargo, todavía muchos no van a la escuela o la abandonan pronto. Saltan la adolescencia y se convierten de inmediato en adultos con un trabajo y hasta incluso una familia”.

De los 450 alumnos, ¿,cuántos son del grupo nasa? “Cerca del 90 por ciento es nasa, el resto son mestizos”.

Generalmente ¿cómo es la situación de las familias de los chicos “Hay pobreza, pero una pobreza portable. La tierra, aunque es poca respecto a las necesidades, da qué comer: yuca, papas, fréjoles, maíz

¿Pobreza, guerrilla, narcotráfico -preguntamos al profesor Néstor cuál es el problema más grave? “El narcotráfico -responde decidido-, es como una mala hierba que se arranca y vuelve a crecer. Es un problema muy grave porque divide las comunidades entre aquéllos que tienen dinero y los que no lo tienen. Además, crea necesidades nuevas: los electrodomésticos, los vestidos, el auto ... ”.

El trabajo del Centro ha llamado la atención de muchas universidades (la del Cauca, la Xaveriana, la de San Buenaventura de Cali la Pontificia de Medellín), que han empezado a colaborar con el Instituto. Pero Néstor sigue con los pies en la tierra.

“Hay un proverbio que dice: Crea fama y échate a la cama'. No­sotros medimos el éxito del CECI­DIC con otros parámetros, como el creciente número de inscritos. Esto significa que la gente indígena ha tomado conciencia de que la edu­cación puede mejorar nuestras condiciones de vida”.

Néstor no pertenece al grupo nasa, pero se ha hecho uno de ellos, tanto que se ha identificado en la sociedad indígena.

“Yo estudié en Bogotá. Actualmente sigo un curso de ciencias sociales con orientación antropológica. Conozco bien a los Misioneros de la Consolata. Con ellos, aquí en el Cauca, he encontrado un espacio muy importante para mi vida. Estoy convencido del camino que estamos trazando: enseñar a la gente a construir una nueva sociedad que colabore con los otros, pero que no dependa de ellos. Porque si depende, se vuelve esclava. Creo que el proyecto hecho con el pueblo nasa es un modelo a imitar por otras comunidades indígenas de Colombia, que están reducidas a vivir en condiciones deplorables”.

Son las cinco de la tarde. También para los estudiantes del CECIDIC es hora de volver a casa. Los que viven más lejos suben al viejo autobús de la escuela, que en pocos minutos se llena hasta el techo de chicos y chicas alegres.

Roncando y tocando el claxon, el vehículo se dirige a la salida del local, el “colegio de los indígenas” nacido en la que fue tierra de un latifundista. Otra pequeña victoria para los indios de Toribio, San Francisco y Tacueyo.

 

 

Box/ Toribio

CABILDO,

LA AUTORIDAD INDÍGENA

 

La sede del cabildo se encuentra casi a la entrada del pueblo. Es una modesta casa de un piso con un qran escrito mural: “Cabildo indígena, resguardo de Toribio". El cabildo es la autoridad indígena, colegial y electiva que tiene jurisdicción en un ámbito territorial en el que vive una determinada comunidad.

Tocamos y nos abre un joven que dice ser el guardián. Afirma que no hay ningún representante del cabildo, pero nos permite dar una ojeada al local. En el pequeño y desnudo patio se abren las puertas de algunas oficinas, comprendida la del gobernador, el cargo más alto en el cabildo.

La única particularidad es un reja de hierro de barrotes verticales bastante estrechos. Es el calabozo, una especie de prisión donde los condenados tienen que permanecer de pie por varias horas. No se trata del único castigo que el cabildo puede imponer. Hay también el cepo, los cepos atados al reo, los latigazos, los trabajos forzados en los campos pertenecientes al cabildo y hasta el destierro o expulsión de la comunidad. Esta última condena es la más temida. Efectivamente, entre las muchas funciones asignadas al cabildo por la ley 89 de 1890 y por las normas constitucionales de 1991, se halla también la administración de la justicia.

Para saber un poco más sobre el asunto, pedimos hablar con el gobernador. Nos explican que podemos encontrarlo en la fiesta del “Tablazo, una localidad que se encuentra a pocos kilómetros de Toribio. Decidimos ir al día siguiente.

“Bienvenido al Tablazo”, dice una pancarta puesta al ingreso del pueblo. Como el mismo nombre sugiere, el lugar es un altiplano, una ranura abierta en el verde del valle. Es todavía temprano y la fiesta aún no alcanza su clímax. No es fácil encontrar al gobernador de Toribio, Marcos Yule Yatacué. Hombre robusto y de cabellos negros y lacios, Marcos anda con sus amigos Martín, Ricardo y Marino.

La función del gobernador es la deservir y orientar, a la comunidad, mantener las relaciones con las autoridades estatales, vigilar el territorio, administrar los fondos que llegan de¡ ,stado, coordinar el trabajo de los 40 miembros del cabildo. “Pero -precisa Marcos- por encima de nosotros hay un mé­dico tradicional, la autoridad espiritual que mueve todo".

Marcos Yule (en la foto) es un lingüista que enseña a otros profesores. ¿Es difícil ser gobernador?, le preguntamos. “Sí, porque es un trabajo diario, que constantemente compromete, de lunes a domingo. La comunidad se dirige a él para cualquier problema, y él lamenta que su cargo lo obligue a descuidar a sus tres hijos, pero está orgulloso de prestar ese servicio (electivo, -anual y gratuito).

Le Preguntamos cuál es la situación económica de la comunidad. "Tenemos -nos cuenta el gobernador- una economía de subsistencia: se produce para comer. La tierra es poca respecto a las necesidades; muchas tierras no pueden ser cultivadas, otras están todavía en manos de los latifundistas. Y, además, no hay mercado para nuestros productos. Ësa es la razón por la que muchos jóvenes indígenas deciden sembrar amapola, coca y marihuana. Son cultivos más rentables”.

Contamos a Marcos que visitamos la sede del cabildo y que nos causó estupor el castigo del calabozo. El cabildo -explica tranquilo- administra justicia y aplica 1as respectivas sanciones. Los problemas de justicia son resueltos por un consejo de investigación de cuatro personas. Éstas recogen las declaraciones y comprueban los hechos Será luego la asamblea de la comunidad que determine el castigo: el número de latigazos, los meses (o años) de trabajo forzado en la finca del cabildo y hasta la sanción extrema que consiste en la expulsión. Actualmente estamos discutiendo cómo castigar a los indígenas que están implicados en el narcotráfico".

Una vez más vuelve el tema de la droga. “La narcoeconomía produce descomposición a nivel social. Genera vicios y envidia. Quien tiene más humilla a quien tiene menos. Exactamente al contrario de lo que sucede en la economía indígena, que es solidaria y comunitaria”.

Hace unos meses se iniciaron los tratados de paz entre las FARC y el gobierno del presidente Pastrana. ¿Qué piensa el gobernador de Toribio? Es- un tratado en el que faltan los representantes de la sociedad civil”, afirma tajante Marcos.

¿Y sus relaciones con la guerrilla? "Los grupos armados, las FARC particularmente, critican nuestra economía. Dicen que debemos ser incluidos en una sola forma de sociedad, que las diferencias y las pluralidades culturales no tienen importancia. Afirman que el territorio no nos pertenece. No respetan la autoridad del cabildo”.

Objetamos que como indígenas no pueden lamentarse porque la constitución colombiana les da amplias garantías de autonomía, “Nosotros, los indígenas de Colombia -responde-, tenemos muchos derechos. Pero son más teóricos que reales. Cuando presentamos nuestros proyectos, nos contestan que no hay dinero. Sin embargo, lo encuentran inmediatamente cuando se trata de la guerra o del narcotráfico. En resumen: por ahora no se ve un cambio. Pero nosotros tenemos que insistir y empujar en esa dirección”, concluye.

 


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