America Latina (Abril 2000)

(1ª ENTREGA)

LA HIERBA DE LOS DESEOS

Colombia sigue siendo noticia. La prensa mundial se ocupa del país sudamericano sobre todo por sus hechos sangrientos.
Nuestro corresponsal, Paolo Moiola, estuvo en una de las zonas más convulsionadas y nos ha hecho llegar un extenso servicio que, por motivos de espacio, publicaremos en cuatro capítulos. He aquí el primero, relacionado con uno de los temas por los que Colombia es tristemente famosa.

CORINTO. Al final de la larga recta se divisa un puesto policial. “No traigo el pasaporte”, exclamo. El padre Ezio Roattino, que está al volante, se voltea y me mira perplejo, pero luego, notando mi nerviosismo, trata darme ánimos: “Quizás no sea necesario”.
Los militares llevan el uniforme camuflado y armas pesadas. “Bajen”, nos ordena un joven empuñando una ametralladora. Con la cara hacia el vehículo, las manos apoyadas en el carro y las piernas entreabiertas, esperamos la revisión. “Soy un padre de la parroquia de Toribio”, explica el misionero. Momentos de silencio. “Bien, padre. Pueden continuar”. Volvemos al carro y, mientras yo recupero la respiración y me vuelve el color, entramos a Corinto.
Se trata de una pequeña ciudad habitada por mestizos, negros e indígenas. Conocida por su violencia, Corinto fue sede de los coloquios de paz entre el gobierno colombiano y el grupo guerrillero “Movimiento 19 de Abril” (M-19), que en marzo de 1990 depuso las armas luego de 16 años de lucha.
Después de un veloz lonchecito, tratamos de informarnos cómo se llega a “La Capilla”, la localidad donde el padre Ezio debe bendecir una laguna, considerada por los indígenas un lugar sagrado.
Sobre carretera que conduce de Corinto hacia la montaña hay un nuevo puesto de control. Allí se repite la escena que tuvo lugar en la entrada del pueblo. ¿Poder de la Iglesia, carisma del misionero o ardid de los soldados? Quién sabe... Ahora entramos en territorios sujetos a otra autoridad: aquí mandan las “Fuerzas armadas revolucionarias” (FARC) y los militares se cuidan muy bien de aventurarse a entrar en estas zonas.
Una chica que sube a pie se ofrece a acompañarnos. La Mitsubischi prosigue sin dificultades, a pesar de que la pista es empinada y fea. Cerca de un descampado hay un jeep detenido. Unos diez metros más arriba de la espesa vegetación, despunta un campesino que nos grita que dejemos el carro y subamos a darle una mano. El sendero, empinadísimo, está marcado por plantitas de coca. Al llegar al sitio, el campesino nos recibe con una amplia sonrisa. Es pequeño de estatura, de edad incierta y con el rostro moreno curtido por una vida vivida al aire libre; lleva blue jeans metidos en las botas de jebe, cubiertas de barro. Muy amable, el hombre nos presenta a su esposa y a sus hijitos. La familia vive en una casita de madera y adobe, embellecida con muchas macetas de flores. Dos lados de la habitación están ocupados con plantas de marihuana, colgadas y puestas a secar. Nos brindan agua endulzada con panela y tinto (café), pero no hay tiempo. Lo que sí aceptamos es que la joven señora nos acompañe, ya que no es fácil encontrar el camino para llegar a la laguna.
La subida es pesada porque hay que caminar entre el fango. Pasamos otras casitas de madera escondidas en la vegetación y cada vez más aisladas. A nuestro paso otras personas se nos unen, alargando así la fila india que, apresurada y silenciosa, se dirige a la laguna.
La lluvia que ha caído recientemente hace que los senderos sean fangosos. Pasamos algunas verjas de madera y alambre de púas, que apenas se ven por estar cubiertos por una naturaleza exuberante.
Ahí está la laguna. ¿Laguna? En realidad queda muy poca agua. Lo que no faltan son unos molestísimos zancudos e insectos varios que dejan totalmente indiferente a la gente del lugar, acostumbrada a su presencia. En pocos minutos, un grupo de hombres construye un altar de troncos. Es improvisado, pero funcional. El lugar y los presentes (unas veinte personas) crean una atmósfera particular y muy envolvente. Es una lástima que el médico tradicional, el chamán, no haya venido.
El padre Ezio celebra la Misa en español y en nasa. El hecho de que el misionero haya aprendido la lengua indígena (muy difícil, sobre todo a nivel de pronunciación) le ha ganado mucha admiración, pero también algunos problemas. A pesar de todo, desde hace algún tiempo se está tratando de recuperar el idioma, los más jóvenes entre los indígenas nasa conocen sólo algunas palabras, como “ewcxa”, que significa paz y el padre distribuye a derecha e izquierda.
Dejamos la laguna para ir al cementerio, que está en un nivel más bajo, en un lugar desde el que se admira un panorama verde que ensancha el corazón. El camposanto tiene pocas tumbas, todas cubiertas por fértiles plantas de marihuana.
Mientras bajamos, aprovecho para hablar con los campesinos, bien dispuestos para quien llega en compañía del padre Roattino.
–¿Quién ocupa esta zona?, pregunto.
–El sexto frente de las FARC.
–¿La guerrilla les da problemas?
–A nosotros no.
–Y si me hubiera aventurado a entrar solo en estos bosques?
–Te hubieran hecho prisionero.
–Ah... ¿Y por qué?
–Para saber quién eres y, sobre todo, si eres un espía.
–¿Ustedes qué cultivan por aquí?
–Plátanos, café, algunos cereales, tubérculos.
–¿Y esto?, pregunto con cara de tonto, indicando una plantación de marihuana confundida con las plantas de café y plátanos. Todos responden con una sonora carcajada.
La coca y la marihuana las he visto, me falta sólo la amapola, la planta de la que se extrae el opio. Me explican que crece en lugares más altos, porque la planta prefiere un clima fresco.
Finalmente llegamos al punto de partida, donde dejamos el auto. Esta vez aceptamos de buena gana la taza de agua endulzada con panela que nos ofrecen. Empieza a oscurecer y el camino de regreso es largo. Saludamos al párroco de Corinto y a sus acompañantes, que irán en dirección opuesta a la de nosotros.
Para volver a Toribio decidimos ir por la montaña, un camino más breve. La zona es bastante inaccesible, terreno ideal para la guerrilla y para el narcotráfico.
Se cierra una bella jornada y pienso qué derecho tengo de juzgar a estas familias de campesinos sólo porque cultivan plantas de droga. Es muy difícil ser objetivos, juzgar la situación. Estos campesinos viven en condiciones difíciles, aislados, con numerosos hijos que mantener, atrapados entre las FARC y el Ejército. ¿Se les puede condenar porque redondean su exigua economía familiar con algunos cultivos ilícitos?
“Es verdad –me explica el padre Ezio– que muchos campesinos siembran estas plantas ilícitas para poder sobrevivir. Pero tú sabes que el dinero fácil, sobre todo para los jóvenes, es una gran tentación. Un campesino siembra una hectárea para pagar los vestidos o las inscripciones de los hijos a la escuela. Pero luego piensa: "¿Por qué no sembramos dos, de modo que podamos tener también la moto?". Yo he visto lo que ha sucedido en la zona del macizo central, donde nacen los grandes ríos Magdalena y Cauca, al difundirse los cultivos de amapola a gran escala. La gente me dice: "Padre, aquí hace algunos años pasábamos hambre. No había carreteras, no había nada. Hoy, de la noche a la mañana, tenemos el mercado lleno de cosas". Desafortunadamente, las riquezas obtenidas así embriagan a la gente”.
Parece un camino sin salida... Pero “hay un camino, aunque difícil. En primer lugar, es necesario un cambio a nivel político, es decir, optar por ayudar a la agricultura con una verdadera reforma agraria que conduzca nuevamente a nuestro pueblo a cultivar la tierra. Luego se necesita un cambio ético: concienciar a la gente sobre los daños que las drogas producen en el mundo y a nivel local”, me explica el sacerdote.
Desde hace tiempo la droga representa la fuente de autofinanciación de las FARC. En las regiones controladas, éstas hacen el papel de recaudadoras para productores y comerciantes.
Le expreso al padre Ezio mi desilusión frente a una guerrilla que parece haber cambiado su ADN por estar más interesada en el negocio del narcotráfico que en la liberación del pueblo. “Ésta es una impresión común a mucha gente. Pero creo que no se debe generalizar. Hay siempre una línea (que por el momento no es mayoritaria) que tiene la justicia social como horizonte, pues considera que el Estado colombiano privilegia a un restringido grupo en detrimento de los otros. Ellos proponen un cambio social a través de las armas. Personalmente creo que ese camino está equivocado, especialmente en este tiempo de globalización. Tampoco debemos olvidar que, sin el consentimiento del gobierno norteamericano, en Colombia no puede existir ningún gobierno alternativo. Pero lo que tú dices es cierto: también la guerrilla es un sector del poder, como el Estado, las fuerzas armadas y el narcotráfico. En los coloquios con el gobierno, las FARC intentan obtener el reconocimiento formal de un poder que ya poseen efectivamente”.
Pasamos varios caseríos aislados, pero casi todos con energía eléctrica. Pasamos también Tacueyó, pueblo difícil donde trabaja el padre Thomas, Misionero de la Consolata tanzano.
Comenzamos a divisar las luces de Toribio, radio Caracol transmite el noticiario, todo centrado en las noticias de guerra. Abundan atentados y secuestros, pero también existe la esperanza que brota de los coloquios entre las FARC y el gobierno colombiano.
Paolo Moiola


BOX / ETNIA INDIGENAS:
EL CHAMÁN ES INDISPENSABLE

Las etnias indígenas de Colombia son 82. Un millón de indios (en un total de 37 millones de colombianos) que ocupan el último escalafón en la escala social del país. Y, sin embargo, a diferencia de los otros Estados latinoamericanos, Colombia dispone de una legislación muy avanzada en este campo. La Constitución de 1991 ha oficializado un país pluriétnico y multicultural, reconociendo a las poblaciones indígenas el derecho a la autonomía (territorial, política, económica y cultural). Tratando de describir algunos aspectos de la cosmogonía, antropología y vida cotidiana de los indígenas colombianos, con particular énfasis en la etnia nasa-paez, les damos a conocer la figura del chamán o médico tradicional.
En lengua nasa se llama “tke” (se lee thé), que significa trueno y, por tanto, “mensajero de Dios”. El chamán o médico tradicional es el hombre de la armonía con la madre tierra, es el que conoce el mundo de los espíritus y por consiguiente el modo de entrar en contacto con ellos. Él es intermediario entre el hombre y el más allá, por eso tiene una función sagrada, sacerdotal.
Dentro de la comunidad, el chamán es investido de múltiples funciones. Al conocer los secretos de la naturaleza, sabe curar las enfermedades por medio de las hierbas. Conociendo el más allá, puede prever la muerte y los peligros. Sabe purificar liberando a las personas de los espíritus malos. El médico tradicional es, pues, el centro de la vida nasa, más importante que el cabildo (órgano colegial y de decisión de la comunidad) y que el gobernador. “Cuando se deciden cosas importantes –explica el padre Roattino–, por ejemplo la ocupación de la Panamericana, nunca se actúa sin el permiso del chamán”.
Pero, ¿cómo se llega a ser médico tradicional? “Por tradición y por vocación. Hay una especie de “llamada” o sueño que indica el camino. Luego, los llamados se ponen en las manos de un médico tradicional que, en cierto día del año, con determinados rituales saca al descubierto sus poderes”.
Naturalmente, no todos asumen bien este papel. “Es innegable –escribe Luz Marina Quiguanas Conda, representante nasa– que no todos los chamanes han sido buenos médicos: algunos se han vendido al enemigo de turno, se han dejado engañar o comprar y han trabajado contra la armonía de la comunidad; otros piden dinero por su servicio o quieren competir con los médicos occidentales aprovechando los poderes curativos de las plantas medicinales, se convierten en simples curanderos”.
¿Hay mujeres médicos? “Pocas, pero las que hay tienen poderes muy fuertes. Hay que recordar que no todos los chamanes son iguales. En América Latina, los de la Amazonia son los más notables y respetados; en Colombia, los más conocidos son los que provienen del Putumayo, región fronteriza con la Amazonia”.
Una iconografía del chamán habla de gestos y rituales particulares. “Sí, el chamán tiene todo un alfabeto. Así, si siente el espíritu subir por la mano derecha y bajar por la izquierda, es un buen signo, mientras que es malo si sucede lo contrario. Además, hay ciertos ritos que utilizan la coca, las hierbas, el agua...”.
A primera vista, sacerdote y médico tradicional parecerían figuras en competencia, ambos intermediarios entre el mundo humano y el espiritual... “En un tiempo el chamán era satanizado y ridiculizado también por la Iglesia católica. Actualmente, por fortuna, las cosas han cambiado mucho. Nuestra relación con los médicos tradicionales es mejor. Ellos reconocen la figura del sacerdote y los sacramentos. Son bautizados y vienen a Misa. En sus rituales han asumido símbolos y elementos de la tradición católica. Cuando, por ejemplo, son llamados al “refresco”, una especie de bendición del nuevo cabildo y del bastón del gobernador, muchos chamanes piden la presencia del sacerdote para que bendiga el agua que usarán en el rito. Y sobre sus insignias a menudo hay imágenes cristianas”.
Respecto a los chamanes, las sectas se comportan de manera diversa... Y para los evangélicos, son la encarnación del diablo.
Paolo Moiola

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